IGNACIO RAMONET “LA TIRANÍA DE LA COMUNICACIÓN ”
(Fragmento)
Prensa, poderes y democracia
La relación entre la prensa y el poder es
objeto de debate desde hace un siglo, pero sin duda cobra hoy una nueva
dimensión. Para abordar el problema hay que empezar por plantear la cuestión
del funcionamiento de los media y, más concretamente, de la información.
Ya no se pueden separar los diferentes
medios, prensa escrita, radio y televisión, como se hacía tradicionalmente en
las escuelas de periodismo o en los departamentos de ciencias de la información
o de la comunicación.
Cada vez más, los media se encuentran
entrelazados unos con otros.
Funcionan en bucles de forma que se repiten
y se imitan entre ellos, lo que hace que carezca de sentido separarlos y querer
estudiar uno solo en relación con los otros. [...]
Ya hacia finales de los años ochenta la
televisión, que era el media dominante en materia de diversión y ocio,
se convirtió también en el primer en materia de información. La mayoría de las
personas se informan esencialmente, por medio de la televisión. La televisión
tomó, pues, la dirección de los media y ejerce su hegemonía, con
todas las confusiones que provoca respecto al concepto de actualidad.
¿Cuál es la actualidad hoy? Es lo que la
televisión dice que es actualidad. Y aquí aparece otra confusión respecto a la
verdad. ¿Cómo podría definirse la verdad? Hoy la verdad se define en el momento
en que la prensa, la radio y la televisión dicen lo mismo respecto a un
acontecimiento. Y sin embargo, la prensa, la radio y la televisión pueden decir
lo mismo sin que sea verdad.
Esta supremacía de la televisión está basada
no sólo en el directo y en el tiempo real, sino también en el hecho de que
impone como gran información la información que tiene, esencialmente su vertiente
visible. Cuando un gran acontecimiento no ofrece un capital de imágenes se crea
una especie de confusión difícil de desvelar.
Estoy pensando en el genocidio en Ruanda, en
1994, cuando los hutus exterminaron a una gran parte de los tutsis. Oímos hablar
de este genocidio.
Muy poco, en realidad, porque se estaba
celebrando el Festival de Cannes.
Pero después se descubrió que se trataba de
un genocidio. Y empezaron a avanzarse cifras. Y luego la televisión empezó a
mostrar imágenes.
Por tanto, en principio, se oye hablar de un
mega-acontecimiento. Un genocidio; no se dan más que tres o cuatro en un siglo.
Es, por lo menos, un acontecimiento considerable. Y más tarde se muestran las
imágenes.
Imágenes de gentes que sufren, de familias,
de personas, de niños, de viejos, que caminan, que son víctimas de epidemias,
se les ve morir, cómo los entierran. Todo masivamente. Y, como consecuencia, se
genera un sentimiento de piedad. Se monta una operación por parte de Francia denominada
«operación turquesa», que se hace teóricamente para proteger a las poblaciones.
Genocidio, víctimas, protección. Parece que todo eso va encadenado.
Sin embargo, el problema es que el genocidio
tuvo lugar pero, en realidad, del propio genocidio no tuvimos imágenes. Lo que,
por otra parte, demuestra que los grandes acontecimientos no producen
necesariamente imágenes.
Del genocidio de Ruanda no hay prácticamente
ninguna. Es un gran acontecimiento que tuvo lugar en ausencia de las cámaras.
Existen algunas imágenes que se han podido encontrar, filmadas desde muy lejos
o de individuos dando machetazos. Pero aparte de eso, se pudo exterminar entre
500.000 y 1 millón de personas en ausencia
de cámaras.
Las únicas imágenes son de gentes que sufren
y marchan, en una especie de éxodo de tipo bíblico, apocalíptico, que son
víctimas de una versión de las siete plagas de Egipto. Y, evidentemente, se
tiende a pensar que son las víctimas del genocidio. Pero, como se sabe, eran,
por el contrario, los autores del genocidio.
Este tipo de información no puede decir una
cosa y su contraria, no puede decir: ha habido víctimas, he aquí los verdugos.
Los verdugos son víctimas.
No hay forma de entenderlo. Porque, además,
hay tropas francesas que en principio para sus conciudadanos son amigos. Y
resulta que defienden a los autores del genocidio. Esto no se puede decir. Como
consecuencia, Io que se ve resulta extremadamente confuso.
Frente a un acontecimiento tan importante
como ése, la información está muy lejos de ser clara. Se encuentra viciada por
la idea de que si un acontecimiento se produce hay que mostrarlo. Y se llega a
hacer creer que hoy no puede existir un acontecimiento sin que sea grabado y
pueda ser seguido, en directo y en tiempo real.
Esa es toda la ideología de la CNN , la nueva ideología de la
información en continuo y en tiempo directo, que la radio y la televisión han
adoptado. Esa idea de que el mundo tiene cámaras en todas partes y que
cualquier cosa que se produzca debe ser grabada. Y si no se graba, no es
importante. Lo que hace que, en esa línea, un informe de UNICEF, un informe de
la Organización Internacional del Trabajo o un informe de Amnistía Internacional
sean mucho menos importantes que cualquier acontecimiento que dispone de un
capital de imágenes.
Esta deriva de la información ha tenido
consecuencias en otros terrenos y, en particular, en el de la prensa escrita,
que hoy trata de reaccionar. Pero hay que ser conscientes de que, incluso
cuando existe la mejor voluntad y un sentido crítico agudizado, estamos frente
al media que domina los media. La información televisada funciona
según un cierto número de principios (que no pueden observarse si no se ha
seguido esta evolución, y esta evolución no es perceptible, no está hecha para
ser percibida). Principios que crean confusiones incluso entre los demócratas
más sinceros, y que crean una dificultad indiscutible para articular la
ecuación: información = libertad = democracia.
Todo esto plantea la cuestión de la
objetividad y de los criterios que determinan la veracidad de los hechos. La
búsqueda de objetividad es la propia base del oficio de periodista, y no debe
deducirse que criticar la ecuación «ver es comprender» tendría que conducir,
inevitablemente, a elaborar un discurso de propaganda o un discurso de opinión.
Lo contrario de esta información espectáculo no es, necesariamente, una
información de propaganda o una información puramente ideológica. La tradición,
y la propia historia del periodismo, tal y como se ha desarrollado -lo que se
llama el periodismo americano; es decir, con la tradición de distinguir los
hechos de los comentarios- es la base que permite al lector poder diferenciar
bien los hechos establecidos en principio de las opiniones.
En principio, un discurso de propaganda es
un discurso que intenta o bien construir hechos o bien ocultarlos. Lo que hay
que comprender bien es que está en otra esfera informacional. Tomemos, por
ejemplo, una cuestión tan elemental como la de la censura. Se podría decir que
un discurso de propaganda es un tipo de discurso de censura. O bien el discurso
de censura es un discurso que consiste, esencialmente, en suprimir, amputar,
prohibir un cierto número de aspectos de éstos, o el conjunto de los hechos, ocultarlos,
esconderlos. Razonar de esta forma es creer que, en la información, estamos en
un universo donde los elementos son constantes.
Pero hoy la censura no funciona mediante
este principio, salvo en las dictaduras. Pero ya se sabe que esos regímenes, al
menos en el período actual, se encuentran en vías de extinción. En los sistemas
en que nos encontramos, que son aparentemente democráticos, existen pocos
ejemplos de funcionamiento de la censura en los que, de una manera palmaria, se
dediquen a ocultar, cortar, suprimir, prohibir los hechos. No se prohíbe a los periodistas
decir lo que quieran. No se prohíben los periódicos en los países democráticos
europeos. La censura no funciona así. Sí nos atuviéramos a este dato se podría
decir que vivimos felizmente, y por primera vez desde hace mucho tiempo, en una
sociedad política en la que la censura habría desaparecido.
Pero todos sabemos que la censura funciona.
¿Sobre qué criterios? Con criterios inversos (ésta es, al menos, mi idea). Es
decir, que la censura no funciona hoy suprimiendo, amputando, prohibiendo,
cortando. Funciona al contrario: funciona por demasía, por acumulación, por
asfixia. ¿Cómo ocultan hoy la información? Por un gran aporte de ésta: la
información se oculta porque hay demasiada para consumir y, por tanto, no se
percibe la que falta.
Una de las grandes diferencias entre el
universo en el que vivimos y el que le precedió inmediatamente, hace apenas
algunos decenios, es que la información fue durante mucho tiempo, durante
siglos, una materia extremadamente escasa. Tan escasa que precisamente se podía
decir que quien tenía la información tenía el poder. Finalmente, el poder es el
control de la información, es el control de la circulación de la comunicación.
Aunque esta situación que se ha mantenido
constante durante mucho tiempo (y se puede considerar que todavía hoy existe en
un determinado número de países), ya no es sin embargo dominante. ¿Cuál es la característica
de la información hoy? Que es superabundante. Ya no es, en absoluto, escasa. La
información es uno de los elementos más abundantes de nuestro planeta. Están el
aire, el agua de los océanos y la información.
Nada es más abundante. ¿Y quiere esto decir
que las falsas informaciones, o la censura han desaparecido? Evidentemente no.
Tan sólo han cambiado de naturaleza. Nadie las controla. O no se las controla
de la misma manera. [...]
Ser periodista hoy
Si nos preguntamos acerca de los periodistas
y de su papel en la actual concepción dominante del trabajo informativo,
podemos concluir que están en vías de extinción. El sistema informacional ya no
les quiere. Hoy puede funcionar sin periodistas o, digamos, con periodistas
reducidos al estadio de un obrero en cadena, como Charlot en Tiempos
modernos... Es decir, al nivel de retocador de despachos de agencia. Hay
que ver lo que son hoy las redacciones, lo mismo en los diarios que en las
radios y en las televisiones.
Se ve a las celebridades que presentan los
telediarios de la noche, pero se esconde a un millar de profesionales que tiran
del carro: La calidad del trabajo de los periodistas está en vías de regresión,
lo mismo que su estatus social. Hay una taylorización de su trabajo.
Vivimos una doble revolución, de orden
tecnológico y de orden económico.
Quizá estamos a punto de experimentar en
este momento lo que yo llamaría la segunda revolución capitalista. Produce una
energía enormemente importante que cambia muchas cosas y modifica notablemente
el campo de la comunicación y muy particularmente el campo de la información,
en la medida en que supone una entronización del mercado en el marco de la globalización
de la economía. Todo esto se encuentra en el propio núcleo de la situación
descrita.
Un cierto número de elementos evidencian la
transformación del periodismo. ¿Va a provocar esta mutación su desaparición? Es
la pregunta que nos hacemos y a la cual, imagino, nadie osa responder de
momento. La doble revolución aludida tiene una repercusión importante en el
campo cultural. Hasta ahora teníamos tres esferas: la de la cultura, la de la información
y la de la comunicación. Estas tres esferas eran autónomas y tenían su propio
sistema de desarrollo. A partir de la revolución económica y tecnológica, la
esfera de la comunicación tiene tendencia a absorber la información y la
cultura. Ya no hay más cultura que la de masas. Lo mismo que no hay más
información que la de masas, y la comunicación se dirige a las masas. Es un
primer fenómeno cuyas consecuencias son extremadamente importantes.
La información se caracteriza hoy por tres
aspectos. El primero es que si durante siglos fue muy escasa, casi inexistente,
hoy es superabundante. La segunda característica es que la información, de un
ritmo relativamente parsimonioso y lento en otros tiempos, es hoy
extremadamente rápida.
Podemos señalar que el factor rapidez está
íntimamente asociado a la información, forme parte de su historia. Y esta relación
ha alcanzado un límite que hoy plantea problemas, ya que su velocidad es la de
la luz y la de la instantaneidad.
La tercera componente es que la información
no tiene valor en sí misma en relación, por ejemplo, con la verdad o en
relación con su eficacia cívica. La información es, antes que nada, una
mercancía. En tanto que mercancía está esencialmente sometida a las leyes del
mercado, de la oferta y la demanda, y no a otras reglas como podrían ser las
derivadas de criterios cívicos o éticos.
Los fenómenos descritos entrañan un cierto
número de repercusiones importantes. En primer lugar, la propia transformación
de la definición de información. Ya no es la que se enseñaba en las escuelas de
periodismo y en las facultades de Ciencias de la Información. Hoy ,
informar es esencialmente hacer asistir a un acontecimiento; es decir,
mostrarlo, pasar al estadio en que el objetivo consiste en decir que la mejor
forma de informarse es hacerlo directamente. Y esta relación es la que
cuestiona al periodismo.
Teóricamente se podía describir hasta ahora
el periodismo con la forma de una organización triangular: el acontecimiento,
el mediador y el ciudadano.
El acontecimiento estaba relatado por el
mediador, es decir, el periodista, que lo filtraba, lo analizaba, lo despejaba
de alguna manera y lo hacía repercutir en el ciudadano. Pero ahora ese
triángulo se ha transformado en un eje. En un punto está el acontecimiento y en
el otro está el ciudadano. A mitad de camino ya no hay un espejo sino
simplemente un cristal transparente. Por medio de la cámara, del aparato de
fotos o del reportaje, todos los media (prensa, radio, televisión)
intentan poner al ciudadano directamente en contacto con el acontecimiento.
Por tanto, existe la creencia de que uno
puede informarse solo. La idea de la autoinformación está abriéndose camino.
Es, sin duda, una tendencia peligrosa. Se basa esencialmente en la convicción
de que la mejor manera de informarse es la de ser testigo, es decir, que este
sistema transforma a cualquier receptor en testigo. Es un sistema que integra y
que absorbe al propio testimonio en el acontecimiento. Forma parte del
acontecimiento mientras asiste a él. Ve a los soldados americanos desembarcar
en Somalia, ve a las tropas de Kabila entrar en Kinshasa. Está allí. El receptor
ve directamente, por tanto, participa en el acontecimiento. Se autoinforma. Si se
equivoca, él es el responsable. El sistema culpabiliza al receptor, que ya no
puede hablar de mentiras, porque se ha informado solo.
De este modo, el nuevo sistema acredita la
ecuación «ver es comprender».
Pero la racionalidad moderna, con la Ilustración , se hace
contra esa ecuación. Ver no es comprender. No se comprende más que con la
razón. No se comprende con los ojos o con los sentidos. Con los sentidos uno se
equívoca. Es la razón, el cerebro, es el razonamiento, es la inteligencia, lo que
nos permite comprender. El sistema actual conduce inevitablemente o bien a la
irracionalidad, o bien al error.
Otro aspecto que se transforma es el propio
principio de la actualidad, un concepto importante en materia de información,
pero que hoy está esencialmente marcado por el medio dominante. Si éste afirma
que algo es actualidad, el conjunto de los media se hará eco. Siendo hoy
el dominante esencialmente la televisión, tanto para el entretenimiento como
para la información, es evidente que va a imponer como «actualidad» un tipo de acontecimientos
que son específicos de su campo, unos acontecimientos especialmente ricos en
capital visual y en imágenes. Cualquier otro tema de orden abstracto no será
nunca actualidad en un media que es, en primer lugar, visual, porque en
este caso no funcionaría la ecuación «ver es comprender».
De la misma forma, el sistema actual
transforma el propio concepto de verdad, la exigencia de veracidad tan
importante en información. ¿Qué es verdadero y qué es falso? El sistema en el
que evolucionamos funciona de la manera siguiente: si todos los media dicen
que algo es verdad, es verdad. Si la prensa, la radio o la televisión dicen que
algo es verdad, eso es verdad incluso si es falso. Los conceptos de verdad y
mentira varían de esta forma lógicamente. El receptor no tiene criterios de
apreciación, ya que no puede orientarse más que confrontando unos media con
otros. Y si todos dicen lo mismo está obligado a admitir que ésa es la verdad.
Finalmente, otro aspecto que se ha
modificado es el de la especificidad de cada media. Durante mucho tiempo
se podían oponer prensa escrita, radio y televisión. Ahora es cada vez más
difícil contrastarlas, porque los media hablan de los media, los media
repiten a los media, los media dicen todo y su contrario. Por
eso constituyen cada vez más, una esfera informacional y un sistema que es
difícil distinguir. Se podría decir igualmente que este conjunto se complica
aún más a causa de la revolución tecnológica, esencialmente de la revolución
digital.
Hasta el momento tenemos tres sistemas de
signos en materia de comunicación: el texto escrito, el sonido de la radio y la
imagen. Cada uno de estos elementos ha sido inductor de todo un sistema
tecnológico. El texto ha dado la edición, la imprenta, el libro, el diario, la
linotipia, la tipografía, la máquina de escribir, etcétera. El texto se
encuentra pues en el origen de un verdadero sistema, lo mismo que el sonido ha
dado la radio, el magnetófono y el disco. La imagen, por su parte, ha producido
los dibujos animados, el cine mudo, el cine sonoro, la televisión, el
magnetoscopio, etcétera. La revolución digital hace que converjan de nuevo los
sistemas de signos hacia un sistema único: texto, sonido e imagen pueden ahora
expresarse en bytes.
Es lo que se llama multimedia. El mismo
vehículo permite transportar los tres géneros a la velocidad de la luz.
En este momento asistimos a una segunda
revolución tecnológica. Si la revolución industrial consistía de alguna manera
en reemplazar el músculo por la máquina, es decir, la fuerza física por la
máquina, la revolución tecnológica que vivimos hoy nos lleva a la constatación
de que la máquina juega el papel del cerebro. Reemplaza funciones cada vez más
numerosas e importantes, mediante una cerebralización de las máquinas (lo que
no quiere decir que estén dotadas de inteligencia).
Otro aspecto muy importante es que ahora es
posible, gracias a la revolución digital, meter en redes todas las máquinas
cerebralizadas. Desde el momento que una máquina tiene un cerebro se puede
conectar o hiperconectar, de manera que todas las máquinas informatizadas,
todas las máquinas basadas en la electrónica, puedan enlazarse de una manera u otra.
Por eso se habla de coches inteligentes, de vehículos ligados al teléfono, a la
radio, etc. Todas las máquinas del mundo pueden enlazarse. El sistema de
comunicación crea una red, una malla que rodea el conjunto del planeta, lo que
permite el intercambio intensivo de información. [...]
¿Qué papel juegan los media en este
contexto? Habría que partir de la constatación de que vivimos en una situación
nueva de crisis, no de crisis en el sentido económico y social del término,
sino una crisis de civilización, de percepción del rumbo del mundo, tropezamos
con dificultades que tienen su origen en un cierto número de fenómenos a escala
planetaria que han transformado la arquitectura intelectual y cultural en la
que nos desenvolvemos, aunque no sabernos describir este edificio en cuyo
interior nos encontramos. Es una crisis de inteligibilidad. Sabemos que las
cosas han cambiado, pero los instrumentos intelectuales y conceptuales de que disponemos
no nos permiten comprender la nueva situación. Estaban hechos para permitirnos
desmontar, analizar, desconstruir la situación anterior. Pero ya no nos sirven
para comprender la nueva realidad.
Esta crisis de inteligibilidad, de la que al
menos debemos constatar que existe y que la vivimos (y por eso hay tal cantidad
de problemas que se nos plantean) se basa, en todo caso, en el hecho de que un
cierto número de paradigmas han cambiado. Como en las grandes revoluciones
científicas.
Un paradigma es un modelo general de
pensamiento. Tengo la impresión de que hay dos paradigmas importantes sobre los
que reposaba el edificio que habitamos y que hace una decena de años que han
cambiado2.
El primero es el progreso, la idea de
progreso, esta idea forjada a finales del siglo XVII y que finalmente atraviesa
un poco todas las actividades de una sociedad. El progreso consiste en hacer
desaparecer las desigualdades, en hacer a las sociedades más justas; consiste
en creer que la modernidad entraña, por definición, la solución de un cierto
número de problemas. Pero la idea de progreso se ha visto vulnerada y puesta en
crisis. El progreso es Chernóbil, son las «vacas locas». Un estado progresista
es la Rusia estalinista del Gulag; el progreso, se nos ha dicho, es el Estado
providencia que conduce a la parálisis social, etcétera.
El progreso es hoy un paradigma general que
ha entrado en crisis. ¿Cuál es el paradigma que le reemplaza? La comunicación.
El progreso permitía la felicidad a nuestras sociedades, es decir, un plus de
civilización. Hoy, a esta pregunta (¿cómo estar mejor cuando se está bien?) la
respuesta es: la comunicación. ¡Comunicad, estaréis mejor! Cualquiera que sea
la actividad sobre la que se piense hoy, la respuesta masiva que se nos da es:
hay que comunicar. Si en una familia las cosas no marchan es porque los padres
no hablan con sus hijos. Si en una clase las cosas no funcionan es, porque los profesores
no discuten bastante con los alumnos. Si en una fábrica, o en una oficina, el
asunto no va, es porque no se discute bastante.
La comunicación se propone hoy como una
especie de lubricante que permite que todos los elementos que constituyen una
comunidad funcionen sin fricciones. Cuanto más se comunica, más feliz se es.
Cualquiera que sea la situación. ¿Está usted parado? ¡Comunique y le irá mucho
mejor!
El segundo paradigma importante, sobre el que
reposaba el edificio anterior, era la idea de que existía una especie de
funcionamiento ideal de una comunidad: era la máquina, el reloj. En el siglo
XVIII se consideraba que el reloj era la máquina perfecta porque hacía
coincidir la medida del tiempo y del espacio. El espacio nos da el tiempo. La
medida del espacio nos permite medir el tiempo. Y esa es una ecuación cuasi
perfecta, casi divina.
Se consideró, a partir de aquello, que el
modelo mecánico, el modelo de esta máquina, había que aplicar lo a todo. Es lo
que se llama el funcionalismo. Y se construyeron las sociedades sobre el modelo
de una máquina. Una máquina que es un conjunto de elementos que son todos solidarios
entre ellos, sin que ninguno sobre.
Y hoy, este modelo ha quedado excluido, está
retirado. En nuestra sociedad se acepta de nuevo que haya marginados, personas
que no forman parte de la comunidad, piezas que sobran en el reloj.
¿Y qué es lo que reemplaza a ese modelo de
la máquina? ¿Cuál es el principio de funcionamiento que hace que exista una
energía que se despliega, a pesar de todo? El mercado, Es el mercado quien hace
hoy funcionar las cosas.Pero el mercado no integra más que los elementos
rentables. Quien no es solvente no está en el mercado. No ocurre como con la
máquina: con la máquina todas las piezas funcionan. Y es evidente que el
mercado no es la solución para todo. No es una invención de hoy. El mercado
moderno -nos ha contado Fernand Braudel- se inventó en los albores del
Renacimiento. ¿Y qué está pasando hoy? Pues que el mercado tal y como ha
funcionado estaba limitado a sectores muy precisos, digamos al comercio.
Mientras que hoy el mercado alcanza a todos los sectores.
Incluso esferas que durante mucho tiempo han
estado fuera del mercado: la cultura, la religión, el deporte, el amor, la
muerte, están hoy integradas en el mercado. El mercado tiene pleno derecho a
regular, a regir todos esos elementos.
De esta forma, un edificio que reposaba en
dos paradigmas que permitieron la edificación del Estado moderno (el progreso y
el reloj) ha desaparecido hoy y han sido reemplazados por la comunicación y el
mercado que, evidentemente, soportan un edificio totalmente diferente. ¿En qué
se convierte lo político en la nueva situación en que nos encontramos? Es una
cuestión de filosofía pero que incide también directamente en la situación
incómoda que constatamos en un cierto número de políticos y en los ciudadanos.
¿Periodistas o «relaciones públicas»?
La cuestión de la ética está hoy en el
centro de las preocupaciones de los periodistas. Como consecuencia de la
industrialización de la información se han visto sometidos a una parcelación de
su actividad y está claro que dependen, en la mayoría de los casos (es evidente
que hay excepciones), de un sistema, a la vez de jerarquía o de propiedad, que
reclama una rentabilidad inmediata. Y están preocupados por lo que se les va a
pedir, incluso aunque se trate de objetivos que realmente comparten.
Son problemas bien conocidos: la influencia
de la publicidad o de los anunciantes. La influencia de los accionistas que
poseen una parcela de la propiedad de un periódico, etc. Todo esto acaba por
pesar mucho. Hasta el punto de que si bien hay numerosos casos de resistencia,
o de periodistas que intentan a pesar de todo defender su concepción de la ética,
también hay muchos casos de abandono.
Cada vez son más los periodistas que se van
a ese refugio que constituye la comunicación en el sentido de «relaciones
públicas». Una de las grandes enfermedades de la información hoy es esta
confusión entre el universo de la comunicación y las relaciones públicas, y el
de la información. ¿En qué se convierte, en este nuevo contexto comunicacional,
la especificidad del periodista? Esta cuestión se plantea porque vivimos en una
sociedad en la que todo el mundo comunica y donde todas las instituciones
producen información. La comunicación, en este sentido, es un mensaje lisonjero
emitido por una institución que quiere que ese discurso le favorezca.
Y esa comunicación acaba por asfixiar al
periodista. Todas las instituciones políticas, los partidos, los sindicatos,
los ayuntamientos, hacen comunicación, tienen su propio periódico, su propio
folletín, las instituciones culturales, económicas, industriales, producen
información. A menudo da esta información a los periodistas y lo que quieren es
que los periodistas se limiten a reproducirla. Evidentemente, la demanda no es
así de explícita pero puede ser muy seductora.
Por ejemplo, cuando las marcas de
automóviles hacen pruebas las llevan a paraísos, como las Bahamas, porque así
pueden invitar a los periodistas durante una semana en un magnífico hotel. Está
claro que los periodistas van a hacer su trabajo, pero en, un contexto que
favorece la «comunicación» en el sentido que desean los organizadores.
De esta forma, muchos profesionales se pliegan a ser simplemente el canal que
permite que se exprese la comunicación publicitaria; que emite una industria o
una institución política, económica, cultural o social. Es un modo de llegar a
un compromiso entre su conciencia y su ética.
En cualquier caso, es cierto que las nuevas
tecnologías favorece enormemente la desaparición de la especificidad del
periodista. A medida que las tecnologías de la comunicación se desarrollan, el
número de grupos que comunican es mayor. Mayo del 68 no hubiera sido posible
sin la fotocopiadora, por hacer un chiste. El fascismo no hubiera sido lo que
fue sin los altavoces y los micrófonos, porque no se puede llegar sólo con la
voz a mil personas a la vez. Son las tecnologías de la comunicación las cuales produjeron
la explosión de las radios libres, o el fax. Hoy Internet hace que cada uno de
nosotros pueda, si no convertirse en periodista, sí estar a la cabeza de un media.
¿Qué les queda como especificidad a los
periodistas? Es una de las razones del sufrimiento de los media. Y, en
particular, de la prensa escrita. Los media que se desarrollan son los ligados a
tecnologías del sonido, de la imagen. E incluso cuando se sigue escribiendo, se
hace sobre una pantalla.
Los periodistas no constituyen un cuerpo homogéneo.
Hay discrepancias, debates. Es una profesión en la que hay que trabajar mucho
hoy. Los periodistas son además ciudadanos y consumidores de media en
mayor medida que los demás, y son muy conscientes de que estos problemas están planteados,
y las discuten permanentemente.
Hay una toma de conciencia, pero ¿se puede
hablar de una responsabilidad? ¿Se trata de responsabilidad exclusiva de los
periodistas? Los ciudadanos también tienen su responsabilidad. Pues informarse
es una actividad, no una recepción pasiva. Los ciudadanos no son simplemente receptores
de media. Es evidente que el emisor tiene una gran responsabilidad, pero
informarse supone también cambiar de fuentes, resistir a una versión si resulta
demasiado simplista, etc. No es muy complicado ahora llegar a la conclusión de
que una persona no puede informarse exclusivamente por medio de un telediario.
El telediario no está hecho para informar, está hecho para distraer. Está
estructurado como una ficción. Es una ficción hollywoodiense. Comienza de una
cierta forma, termina en un happy end. No se puede poner el final al principio.
Mientras que un periódico escrito puede comenzar a leerse por el final. Al
final del telediario uno ya ha olvidado Io que pasaba al principio. Y siempre
termina con risas, con piruetas.
La persona que se dice: me voy a informar
seriamente viendo el telediario, se miente a sí misma. Porque no quiere
reconocer que se deja llevar por su propia pereza.
El medio de comunicación no puede soportar
por sí solo el esfuerzo que requiere informarse. Sobre todo hoy, cuando la
información es superabundante. Pero hay dos opciones: o uno quiere informarse o
quiere saber vagamente lo que pasa. Y si se quiere informar tiene todas las posibilidades
de hacerlo recomponiendo las informaciones. No existen únicamente los
periódicos, se cuenta con las revistas, los libros. Pero eso supone la voluntad
de hacerlo. Es un trabajo. [...]
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